Si tengo que volver a morir, qué ésta vez sea inconsciente. Las veces que morí, la conciencia lo volvió agónico. Mi alma es un acordeón que se estremece tocando música fúnebre en tonos graves y volumen alto, fúnebre, violento.
Eterno resplandor de una mente con demasiados recuerdos, planteos, imaginación tenebrosa. Asusta y duele al mismo tiempo, duele mucho. ¡No soplen que me quiebro! Y mi voluntad para rearmarme está muy tenue, frágil.
Si tengo que volver a morir, que ésta vez sea inconsciente. Todas esas veces que morí me fueron haciendo más fuertes, pero más insensible, más celosa de mi entrega. No quiero ser una piedra mezquina, resentida, desganada. Prefiero resguardar en soledad mi pequeñísimo castillo de naipes que tanto me costó construir. Nadie, ni testigos ni obreros deberían poder aplastar de un soplido.
Mis naipes están endebles, no resisten ni una respiración muy fuerte.
Ni todo el tiempo pasado fue mejor, ni el futuro tiene porque serlo (depende del disfrute de hoy). Solo tenemos esto que veo, toco, respiro, me envuelve, lo abrazo sin mirar a los costados. No me miren, no me cuenten, olviden que existo. Necesito dejar de existir, pertenecer a la nada por un tiempo. Necesito volver a morir sin tantas secuelas. Para eso, no necesito su visión, su opinión, solo su amor, su abrazo silencioso, su pecho para escuchar sus latidos.
Pido disculpas si soy una mercenaria de las emociones, es mucho para perder si salgo de éste camino.
No renaceré como un ave fénix, mis alas ya se niegan y le dan el lugar a mis piernas, más serenas y arraigadas. Mis pies se aferrarán al piso agradeciendo que no sean mis rodillas las que lo hagan. Asi me encuentro, sobreviviendo. Prefiero esta quietud sensible al movimiento frenético sin rumbo, que si me descuido son balas perdidas que pueden lastimar y lastimarme aún más.
Quietud, lentitud, ostracismo, amor propio para que sea una muerte natural mientras medito, esperando un renacimiento inevitable e inconsciente.