Esta herida voraz está al asecho y se filtra por esos medios sin piedad. Al otro lado del espejo y del teléfono se anuncian mundos de juicio, de dolor de miradas de mundos tóxicos, irreales, que no permiten a la carne vivir, respirar, tocar, oler lo que hay de verdad a mi alrededor. Esos medios no me sanan, me trasladan a otro mundo donde soy mi más vil verdugo. Y el reloj es solo un recordatorio de los tiempos de otros, de los mandatos, de lo que dicta éste sistema cruel y ladrón violento de identidades, de diversidad, de libertad que nos masifica y nos hace olvidar o reprimir nuestro ser más genuino.
Quiero respirar mi dolor, transitarlo sin miradas ajenas irrelevantes que puedan contaminarlo o retrasarlo, canalizándolo fuera de su cauce natural, sano.
Así como la alegría solo es compartida, el dolor solo es en soledad. Su plenitud depende de escapar de los ojos que no son su dueño.
Mi espalda descansa sabiendo que ésta paz algún día puede ir de adentro hacia afuera y no a la inversa.